lunes, 11 de junio de 2012

Paseando por la historia

Siempre se ha sabido que los faraones y reinas del antiguo Egipto practicaban el incesto, el adulterio y las demostraciones públicas de sexualidad, pero se han descubierto evidencias que demuestran que la sexualidad era indispensable para toda la sociedad. Fue una tierra mágica y sensual en la que el sexo era el origen de todo, incluso del propio universo.

El faraón Ramsés II fue el más importante de los faraones, y su apetito sexual estaba a la altura de su condición. Se casó con infinidad de princesas que llegaron de tierras lejanas. Se casó también con su hermana y tres de sus propias hijas. En el momento de su muerte, a la edad de 91 años, Ramsés II aseguraba haber tenido más de 20 reinas y multitud de concubinas. En los textos antiguos se recoge que fue padre de más de 100 hijos. Una de las tareas fundamentales del faraón era garantizar que los dioses trajeran fertilidad a la tierra y al Nilo; durante una ceremonia anual se masturbaba en el agua. La fertilidad del faraón estaba estrechamente ligada con el éxito de la cosecha.

Pero la vida de la gente corriente era mucho más sencilla. Su día a día era una lucha constante por la supervivencia. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que en la decoración de casi todas las casas había una cantidad importante de imaginería erótica.

El adulterio era algo común. El matrimonio era frecuente, pero los documentos antiguos dan fe de que el divorcio también lo era, aunque no había ceremonias matrimoniales ni códigos civiles, simplemente los egipcios vivían con su pareja.

Documentos encontrados en las excavaciones de Deir-el- Medina revelan que existían mujeres, sirvientas o esclavas, las cuales eran llevadas por algunos hombres a casa cuando sus mujeres estaban embarazadas, para de esta forma tener más hijos que incorporaban a la familia.

Los egipcios no se preocupaban por la virginidad ni por el hecho de que los hijos fuesen legítimos o no. Lo único que importaba era la fertilidad y la capacidad de procrear. Para los antiguos egipcios el sexo era tan propio de la condición humana que no merecía grandes discusiones, era simplemente un aspecto más del día a día.

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