miércoles, 5 de diciembre de 2012

Ramses II

Ramsés II debió guerrear contra los hititas antes de poder sellar con ellos una paz duradera, la que dio paso en Egipto a una época de estabilidad y prosperidad. Sólo entonces, pudo dedicarse a su obra de constructor y erigir los grandiosos monumentos que aún perduran.(imagen izq. Ramsés II)
QADES: MITO Y REALIDAD:  Los hititas, dueños de Anatolia y el norte de Sida, amenazaban el dominio egipcio en el sur de esta última. Decidido a expulsarlos, Ramsés II intervino en la región para conseguir la defección de los príncipes sometidos a los hititas. El enfrentamiento, ya inevitable, tuvo lugar frente a la ciudad fortificada de Qades, cuya importante posición estratégica otorgaba el dominio de toda Siria a quien se adueñara de ella.
El ejército egipcio contaba con 20.000 hombres repartidos en cuatro divisiones, que llevaban cada una el nombre de un dios: Amón, Ra, Ptah y Set.
Ramsés II llegó hasta las inmediaciones de Qades, a orillas del Orontes, conduciendo el ejército de Amón, mientras las otras tres columnas permanecían en la retaguardia. El astuto Muwattali aprovechó la situación para atacar. Rodeado y abandonado por sus tropas, el faraón le habría rezado fervientemente al dios Amón, que le concedió fuerza sobrehumana.
Cuando los 2.500 carros hititas se dieron a la fuga, Ramsés II logró liberarse. Si bien la batalla se reanudó al día siguiente, ninguno de los dos ejércitos obtuvo la victoria. El faraón renunció a Oadei y abandonó la región.
 LOS RAMBSIDAS, RESTAURADORES DEL PODERlO EGIPCIO:  Durante el apogeo de la XVIII dinastía (1552-1306 a.C.), el Imperio egipcio se extendía desde el Éufrates, en Siria, hasta la cuarta catarata del Nilo, en Nubia; sin embargo, empezó a decaer durante el reinado de Akenatón (1372-1354 a.C.).
Al descuidar los asuntos exteriores para consagrarse a la exaltación del dios solar, Atón, el místico faraón Akenatón permitió que los hititas, pueblo indoeuropeo proveniente de Anatolia, se transformaran en una gran potencia.
El secreto del nuevo poderío hitita estaba en las armas de hierro —mineral que abundaba en Anatolia—, muy superiores a las de bronce de los reinos vecinos. Debilitada, tanto por estos reveses militares como por el fracaso de la revolución religiosa de Akenatón, la XVIII dinastía desapareció sin pena ni gloria (1306 a.C.). Entonces, correspondió el turno a los guerreros, por lo que el último faraón de la dinastía, Horenmheb, entregó el poder a su general Ramsés I. Aunque el fundador de la XIX dinastía permaneció poco tiempo en el trono, su hijo Seti I se mostró digno de la tarea. Desde los inicios de su reinado restableció la dominación egipcia en Palestina y llegó hasta el Orontes.
Su hijo Ramsés II, coronado faraón a los 25 años de edad (1290 a.C.), heredó un reino en pleno renacimiento. No resulta extraño entonces que el «Hijo de Ra, amado de AmÓn» emprendiera la conquista de Siria.
EL DUELO CON EL IMPERIO HITITA: La victoria de Qades, una de sus primeras hazañas militares, llenó de gloria al joven soberano, pero no cambió en nada el desenlace del conflicto. La guerra en Asia se prolongó por quince años. Instigados por los hititas, los príncipes vasallos de Palestina se sublevaron en numerosas ocasiones, por lo que el faraón tuvo que sitiar varias ciudades en la región desértica del mar Muerto, antes de lograr la sumisión de los reyes de la zona. Sólo entonces las inscripciones de los templos pudieron proclamar las victorias de Ramsés II: «la estrella de las multitudes», «el toro de oro”, «el halcón dueño del cielo».
La consolidación en Mesopotamia de una nueva potencia, Asiria, permitió finalmente llegar a un acuerdo pacífico. Al instalarse en las riberas del Éufrates, se convirtió en una amenaza para el reino hitita, cuyo rey, Hattusil III, hermano y sucesor de Muwattali, opté por firmar un tratado de paz con Egipto (1270 a.C.). El texto del tratado fue descubierto en las paredes de los templos egipcios, al igual que en las tablillas de arcilla de la capital hitita, Bogazkóy; constituye el primer tratado de la historia cuyo texto original todavía existe. Ambos estados firmaron un pacto de no agresión, además de una alianza defensiva, y fijaron una frontera común a la altura de Damasco, por lo que Siria meridional quedó en territorio egipcio. Fue el inicio de cincuenta años de paz. Mientras Ramsés II y Hattusil III intercambiaban cartas cordiales, los hititas le enviaban hierro al faraón para sus ejércitos y mujeres para su harén. En dos ocasiones, éste desposó princesas hititas, hijas de Hattusil III. El dios sol de Egipto y el dios tormenta de los hititas fueron los protectores de estas uniones. 
EL GRAN CONSTRUCTOR: Durante su reinado de sesenta y siete años, Ramsés II también demostró ser uno de los más grandes constructores del antiguo Egipto. Abandonó Tebas, en el Alto Egipto, capital del reino durante doscientos cincuenta años, y edificó una nueva capital, al este del delta, que bautizó como Pi-Ramsés, «el hogar de Ramsés». Gracias a la construcción de numerosos canales, la ciudad se llenó de frondosos jardines. Asimismo, siguió embelleciendo los templos de Tebas, Luxor y Karnak.
En Tebas, situada en la ribera occidental del Nilo, mandó edificar su gigantesco templo funerario, el Ramesseum. Más original resultó     ser la construcción de una verdadera red de monumentos que dividió Nubia (actual Sudán) en zonas, aparentemente con el fin de arraigar el dominio egipcio. Los dos templos de Abú Simbel constituían el conjunto más imponente. Excavados dentro del acantilado igual que grutas, dominaban el valle del Nilo, desde una altura de 33 m. De acuerdo con el culto, a cada soberano le correspondía una divinidad; el dios Amén-Ra a Ramsés II en el primer templo (sur), y la diosa Hator a la reina Nefertari, esposa preferida del faraón, en el segundo (norte). Cuatro colosos de arenisca, de 20 m de altura, flanqueaban la puerta de entrada del templo sur. Representaban a Ramsés II y su familia, y proclamaban la gloria de Egipto ante los ojos de los nubios sometidos. 
EL RESPLANDOR ETERNO DE UN REY SOL: Las obras del constructor reflejaban los proyectos del político. Si bien el traslado de la capital se debió a la ciudad de origen de la dinastía, Tanis, en el delta, también existieron razones estratégicas. En efecto, Pi-Ramsés se encontraba a las puertas de Asia y por lo tanto estaba mejor ubicada para vigilar a los sirios. Además, el rey había logrado finalmente independizarse del dero de Amén, que gozaba de mucho poder en Tebas. Sin dejar de lado la supremacía de Amén, Ramsés II también promovió el culto de otros dioses, como Ra y Ptah. La lógica sincrética de la época permitió asimilar a las tres divinidades. Aunque los faraones se proclamaron siempre “Hijos de Ra", el soberano insistió particularmente en sus lazos de sangre con el dios solar.
En los muros de varios templos se podía contemplar la unión de su madre Tuya con el dios, y la diosa nodriza Hator, amamantándolo. Por su esencia divina, este hijo de Ra podía jactarse de ser un verdadero «rey-sol». Sin embargo, toda esta gloria escondía un imperio frágil. Cuando el soberano falleció a los 90 años de edad (1224 a.C.), Egipto entró nuevamente en guerra.
Su hijo Menefta (1224-1214 a.C.) debió enfrentar la invasión de los «pueblos del mar», provenientes del norte del Mediterráneo. Con posterioridad, varios soberanos de escaso relieve se sucedieron en el trono y la XIX dinastía desapareció en menos de treinta años (1186 a.C.). No obstante, el recuerdo de Ramsés II siguió fascinando a sus sucesores. Todos trataron de imitarlo y nueve faraones llevaron su nombre. El sol de Qadei nunca dejó de brillar.

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