miércoles, 18 de noviembre de 2015

EGIPTO

Cada vez se duda menos de la existencia de la Atlántida y de su fulminante desaparición tras un tremendo cataclismo. Según las investigaciones recogidas en este artículo, buena parte de los atlántes que se salvaron llegaron a la costa de Marruecos y desde allí se dirigieron a Egipto llevando consigo el recuerdo de su civilización, sus conocimientos y creencias, y dejando abundantes muestras de su paso. Ahora, puede hablarse de un Egipto atlante cuya historia y trascendencia merece la pena considerar.


En 1976, Albert Slosman, profesor de matemáticas, doctor en análisis informático y participante en los programas de la NASA para el lanzamiento de los Pioneer sobre Júpiter y Saturno en 1973, 1974 y 1975, publicó en París un libro titulado El gran cataclismo. En este libro sensacional se relata con todo lujo de detalles un acontecimiento ocurrido hace 12.500 años: el hundimiento de la Atlántida descrito por Platón en Timeo y Critias.
La resonancia del libro de Slosman fue escasa ya que pasó por ser un libra más sobre el tema atlante (más de 12.000 títulos a lo largo de la Historia) con unas "hipótesis" curiosas ignoradas por los científicos oficiales. Dos años más tarde salió a la luz Los supervivientes de la Atlántida, donde se describe la gran migración de los atlantes desde el continente hundido hasta Egipto con arreglo a una nueva lectura de 1os textos jeroglíficos, que culminó con la publicación en 1979 de El libro del más allá de la vida, más conocido como el Libro de los muertos.

EL ASOMBROSO ZODIACO DE DÉNDERA

Es muy probable que Albert Slosman acabe siendo reconocido como uno de los más grandes egiptólogos de todos los tiempos, aunque hasta 1972, año en que pasó cuatro meses en Egipto, no se dio cuenta de que se le "habían abierto unos horizontes absalutamente fantásticos sobre la antigüedad egipcia".
De todos los lugares fascinantes de Egipto, Déndera fue el que más le apasionó, por ello se centró en el estudio de su famoso zodíaco, que fue encontrado "por casualidad" durante la campaña egipcia de Napoleón. Cuando el ejército del sur, al mando del general Desaix, iba en persecución del ejército mameluco, tanto hombres como animales estaban agotados y el general ordenó un alto para descansar en las arenas del desierto y descargar los camellos. Bajo el peso de una caja de municiones se abrió un hueco en el suelo y ésta se hundió en él. Los soldados se asomaron por el agujero y descubrieron que la caja había caido dentro de una sala casi llena de arena, a la que no tardaron en bajar. El ejército iba acompañado por una veintena de sabios que entraron tras los soldados y se encontraron con que el techo de aquella cámara era un maravilloso mapa celeste. Acababan de descubrir en el fastuoso templo de Déndera, medio enterrado entre las arenas, su asombroso zodiaco.
Columnas dedicadas a la diosa Hator en el templo de Dendera.
El primer dibujo que se hiza de él para enviárselo a Napoleón, que estaba en El Cairo, lo realizó el vizconde Deno, que pasó bastantes días y noches en dificiles condiciones de camodidad y de iluminación para reproducirlo. El resultado, no obstante, fue espléndido, casi fotográfico. Más de veinte anos después, en 1822, llegaba el planisferio al Museo lmpe- rial de París (futuro Museo del Louvre) desatando encendidas polémicas entre los sabios.



UNA LOSA DE 60 TONELADAS

Las dimensiones originales de la losa en la que se había esculpido el zodíaco eran de 3,60 metros de largo Por 2,40 de ancho y un grosor de 90 centímetros, lo que significaba un peso entre 55 y 60 toneladas. Para aligerar el peso, M. Lelorrain, el "héroe" encargado de desmontarlo y transportarlo a Francia, decidió cortar dos series de "líneas en zigzag", que tenía la piedra en su parte más larga, con el fin de cuadrarla. Con esto eliminó el jeroglífico que representaba el gran cataclismo, ya que en la lectura de los jeroglíficos el agua se representa con una línea quebrada; el plural "las aguas" con dos líneas; con tres "la crecida del Nilo" y "el diluvio" con cinco líneas quebradas". Como el zodíaco de Déndera está rodeado de ocho líneas, nos encontramos con un "superdiluvio", de ahí la idea de llamarlo "El gran cataclismo".
La campaña de Napoleón en Egipto puso de moda en Europa todo lo egipcio y la llegada de la losa esculpida con el zodíaco produjo una profunda perturbación en las academias de sabios. Durante un periodo de diez años se publicaron 432 estudios entre San Petersburgo, Berlín, Londres y París, los cuales serían comentados en gran parte por Slosman en sus libros.
Hubo tres clanes de grandes sabios en pugna constante. El clan de Cuvier y Monge afirmaba que los relieves y las pinturas del templo eran griegos y que habían sido datados en el siglo II antes de Cristo y, en consecuencia, no tenían nada de egipcio. Eran bellas pinturas y nada más.
El equipo de Jean-François Champollion decía: "Ustedes no tienen todo en cuenta. Si estas doce constelaciones están sobre el zodíaco en relación con Sirio, Orión y los planetas, su emplazamiento se establece con referencia a las estaciones egipcias y no a las griegas, es decir que la antigüedad hay que datarla.en dos mil anos antes de Cristo y no en doscientos".
Un tercer clan, el de los astrónomos de Charles Dupuis, replicaba: "Todos ustedes están en un error porque todas las constelaciones están conducidas por la de Leo, que está sobre una barca. En esa época el Sol estaba en la constelación de Leo, por tanto, es el cielo de hace doce mil años, no dos mil ni doscientos".
En escena apareció un cuarto y potente clan representado por el Arzobispo de París, que amenazó con la excomunión a quienes mantuvieran tales tesis. No hay que olvidar que esto tenía lugar en 1820 y, según la iglesia, la creación del mundo había tenido lugar cuatro mil años antes de Cristo; Adán -el primer hombre- había aparecido cinco mil años atrás y la Tierra no tenía una antigüedad superior a seis mil años. Así pues, hace sólo ciento setenta y cinco anos que los sabios conocían que el mundo existía desde hacía más de seis mil anos pero no podían decirlo por el riesgo que corrían. La tradición estaba establecida y nadie se atrevía a cuestionarla. Hasta 1956 la Comisión Bíblica no solicitó un "restablecimiento de la verdadera cronología de esta parte del Antiguo Testamento". Sin embargo, en 1995 todavía se siguen datando los monumentos egipcios en función de la decisión del Arzobispo de Paris, Monseñor Affre. El año actual corresponde, en cambio, al 5756 del calendario judío, que arranca, según una tradición, desde la creación del mundo y, según otra, de la salida de Abram (que después fue Abraham, hijo de Thera, de Ur). Es curioso que Ur signifique Luz y que el padre de Abraham se llamara como la isla que algunos han asociado a la Atlántida o a una colonia atlante.
El increíble Zodiaco de dendera.

Según afirma Slosman, es posible hablar de sus descubrimientos sobre Déndera porque se dispone de escritos desde cuatro mil hasta mil años antes de Cristo, en los que se habla de Déndera y sus reconstrucciones, así como lo que entre los años 1840 y 1870 opinaron Mariette, Máspero, etcétera. Su mérito ha sido ratificar sus descubrimientos e ir más lejos. "El templo de Déndera es el templo de la Dama del Cielo y todos los fundamentos de la Astronomia y de la Astrología parten de allí, y así fue a lo largo de sus reconstrucciones, ya que la que actualmente contemplamos es la sexta sobre los únicos cimientos originales, que se remontan a los arquitectos "sucesores de Horus", que fueron los primeros supervivientes llegados a las orillas del Nilo, tras el cataclismo atlante. Existe un papiro del escriba del faraón Keops a quien se atribuye la construcción de la Gran Pirámide (aunque probablemente sea muy anterior) que se conserva en el Museo de El Cairo en el que se precisa que "...por orden de Khufu (Keops), el Templo de la Dama del Cielo de Déndera sera reconstruido por tercera vez, sobre el mismo emplazamiento y según los planos establecidos por los "sucesores de Horus" sobre pieles de gacela y salvaguardados en los archivos del Rey..."

LOS ARGUMENTOS DE LA FONÉTICA

Otro aspecto fundamental de las investigaciones de Slosman se refiere a la fonética. El punto de partida es el capítulo XVII del Libro de los Muertos porque a través de él se llega a la Atlántida. En ese libro se habla del "más allá", pero en este caso se trata del nombre de un pais que fue sumergido por "la cólera de Dios". Ese país se llamaba AHA-MEN-PTAH (Amenta para los griegos; Amenti, en castellano), el reino de los muertos, pero que en su traducción exacta quiere decir "primer corazón o corazón primogénito de Ptah" (según multitud de textos Ptah es "el Dios Único", "el Dios Eterno", "el Todopoderoso").
El hilo conductor que enhebra Déndera y el gran cataclismo es ese capítulo XVII, que establece la situación desde los ancestros, y los ancestros son los faraones, porque "faraón" es de nuevo una palabra griega que en jeroglífico es PHER-AON, PER-AHA, lo que significa "descendiente del Primogénito" y el primogénito es Osiris. Toda la trama se explica a lo largo de un extenso texto en el que se cuenta que los primogénitos se encontraban en ese otro país, AHA-MEN-PTAH, que fue engullido por el mar, Los supervivientes establecieron ATH-KA-PTAH, que significa"segundo corazón de Ptah", cuya fonetización griega es Egyptos.
Si según apuntan todos estos datos hubo un enorme cataclismo que sumergió todo un continente, éste tuvo que ser la Atlántida. Los textos de Platón hablan de ello claramente. Él mismo dijo que fue Solón quién le inspiró Timeo y Critias, y Solón vivió siete años en Egipto y aprendió con los sacerdotes de Sais todo lo referente al continente sumergido, así como en los jeroglíficos, que leía y comprendía.

EL GRAN CATACLISMO QUE SUMERGIÓ LA ATLÁNTIDA

Es preciso tener en cuenta que cataclismos de esta magnitud se han repetido con cierta periodicidad, y remito al lector al magnifico estudio realizado por Juan Bonet, magnífico investigador, que en su libro El vuelco de la Tierra, editado por la Universidad de Navarra, describe los cuatro vuelcos habidos ya en nuestro planeta y apunta además la posibilidad de un próximo quinto vuelco (vuelcos de aproximadamente 180 grados) con el consiguiente cataclismo. Todos los vuelcos habidos son asociables a los diversos relatos de diluvios de las distintas leyendas y tradiciones, que siendo muchos pueden reducirse a cuatro, coincidentes en sus características con los cuatro vuelcos mencionados. Precisamente el último, que coincidió con el final de la última glaciación (el que originó tal final), fue el que hundió la Atlántida, recogido en la epopeya de Gilgamés y en el diluvio bíblico de Noé.
A este respecto Slosman cuenta que los sacerdotes, que estaban al corriente de lo que iba a ocurrir, habian hecho construir decenas de miles de embarcaciones insumergibles, que llamaban mancgit y no sólo sirvieron para salvar a una parte de la población, sino que fueron utilizadas también por sus descendientes. Son esas "barcas sagradas" que se encuentran por to- das partes en las que se habían salvado Osiris, Isis y Horus.
Cuando la Tierra volcó girando 180º sobre el eje, el movimiento aparente del Sol primero se detuvo y luego el cielo pareció desplomarse. A continuación, el Sol retrocedió en su curso para ponerse por donde había salido, todo ello en un tiempo brevísimo. Después, acompañado de gigantescos terremotos se produjo la gran inmersión y la desaparición del Sol.
Los supervivientes escaparon en todas direcciones, pero una buena parte de ellos se dirigieron hacia lo que había sido hasta entonces, "la Tierra de Poniente", gue es precisa- mente lo que significa la palabra MOGHREB, la costa de Marruecos. Desde allí se dirigieron en un largo éxodo hasta el Nilo.

LA TEOLOGÍA ORIGINAL DEL MUNDO

El mencionado capítulo XVII del Libro de los muertos recoge, en realidad, "la Teología original del mundo de la cual todas han derivado". Una teología sorprendente porque es absolutamente monoteísta e "idéntica al Dios de Abraham y de Moisés" Según Slosman, "el Antiguo Testamento no es sino una copia de esta Teología original, en la que se olvida demasiado fácilmente que Moisés era Príncipe de Egipto y, por tanto, que había sido elevado a Gran Sacerdote porque estaba destinado a ostentar el cetro".
A esto es preciso agregar algo sumamente importante: el resultado de la cuidadosa, documentada y exhaustiva investigación realizada por el escritor egipcio Ahmed Osman que concluye que ese Príncipe, de madre judía, la reina Tiyi, hija del visir Susa (el José bíblico) y padre egipcio, el Rey Amenofis III, fue el rey Amenofis IV, al que se conoce más como Akenaton, o el Rey Hereje, porque restablece el culto a un Dios único, Atón, y Akenaton es precisamente Moisés.
Para situar adecuadamente esta cuestión es preciso hacer una digresión. El nombre Moshe, Moisés, no significa "salvado de las aguas", como suele interpretarse sino "nacido de las aguas", ya que "las aguas" representan siempre la esencia de la vida. Además el mundo de las aguas simboliza el mundo emocional, lo cual se asocia al amor entre su padre egipcio y su madre judía, de la que él nace, lo que automáticamente lo convierte en judío indiscutible porque para el judaísmo "son judíos los hijos de vientre judío" (la madre siempre es evidente, pero el padre sólo es presumible).
Este nombre tiene una connotación de suma importancia ya que lo relaciona con los "nacidos de las aguas del cataclismo", los "primogénitos", descendientes del primogénito (Osiris) y sucesores de Horus en ATH-KHA-PTAH, en el "Segundo Corazón de Ptah". En consecuencia, el nombre Moisés sirve como pista clara para relacionarlo con su origen regio indicando que no es un príncipe cualquiera. Como tal, además de prepararse para manejar el mundo material, es preparado para manejar el mundo espiritual, ya que el Faraón es Sumo Sacerdote. Y así aprendió, de la primera letra hasta la última, todo el monoteísmo original egipcio, tal como se enseñaba precisamente en Déndera.

EL HORIZONTE DE ATON

Por otra parte Akenaton no establece, sino que restablece el monoteísmo original con Ptah, el Único, que es lo mismo que representa ATON, y una vez hecho esto, traslada su capital a un lugar del desierto en el que las montanas forman un arco cuya cuerda es el Nilo y al cual da el nombre de "el horizonte de Aton", Akenaton, conocido actualmente como Tell-el Amarna. Pero hace algo más. Traza sobre el territorio egipcio un gigantesco círculo, de cientos de kilómetros de diámetro, que marca con doce estelas, y en ellas escribe: "Estos son los límites de mi Reino". Estos límites son muy inferiores al Imperio real, formado por el Alto y el Bajo Egipto, pero sólo aparentemente porque las estelas representan las doce puertas del zodíaco, lo que convierte en Reino suyo lo que está "más allá", el universo entero.
Akenaton, según los egiptólogos, es derribado por una revuelta sacerdotal y probablemente asesinado, aunque ni su tumba ni su momia se han encontrado nunca, y su nombre fue borrado de los monumentos; sin embargo hay una estela de El Amarna, en la que figura que simplemente desapareció.
Moisés también desaparece de Egipto y reaparece cuarenta años más tarde, para llevarse a un pueblo prácticamente "limpio" de religión, los "habiru" - más egipcios que judíos, como queda muy claro si se lee con atención el principio del Éxodo-, a los que conocía bien y a los que transmitió todo el monoteísmo egipcio y cuanto había aprendido allí, unido a las experiencias y los conocimientos que había adquirido durante cuarenta años con Jetro, sacerdote de Madián que llegará a ser su suegro.

 EL VALOR DE LOS JEROGLIFICOS

Lo que pocos conocen es que en 1812 Champollion publicó en Grenoble un libro titulado De la escritura de los antiguos egipcios, en el cual afirma que "la escritura jeroglífica en modo alguno es alfabética, pues representa cosas, no sonidos", y lo mismo afirma de la escritura hierática a la que considera como "una taquigrafía jeroglifica". El propio Champollion lo hizo desaparecer de las librerias con el pretexto de que "podía lesionár a las personas piadosas" porque hacía remontar las dinastías faraónicas al año 5285 antes de Cristo, es decir, antes del nacimiento oficial de Adán.
Clemente de Alejandría, Padre de la Iglesia del Siglo III, en su Stromatas hace un estudio muy próximo a la realidad de lo que son y representan los diferentes tipos de escritura egipcia, y el propio Aristóteles, en el Tratado de filosofia según los egipcios, se refiere a los jeroglíficos, que es más que probable que conociera perfectamente en su dimensión de lengua sagrada porque escribe: "Los egipcios, habiendo conocido las formas espirituales, se expresaban por una doctrina intelectual superior a los métodos humanos. Grababan estos conceptos sublimes por medio de figuras tornando las piedras de los muros de sus templos. Las usaban tanto para todas las ciencias como para todas las artes con el fin de indicar que el espíritu inmaterial lo había creado todo a partir de los modelos particulares de cada ser".
Y Slosman anade: "En todos los tiempos estos jeroglíficos fueron objeto de una consideración respetuosa porque estas imágenes no podían ser más que portadoras de un mensaje celeste: el de la Ciencia Divina. Su significación simbólica sólo podía ser, sin duda, mística e iniciática. Esto significa, sobre todo, que los jeroglíficos tienen una base ideográfica, altamente espiritual, y que por esta razón la mayoría de los signos no eran comprensibles para el pueblo. Es decir, que existía un lenguaje popular que se leía en alta voz y que por consiguiente era hablado. Fue llamado más tarde lenguaje demótico. Por tanto, se ha de suponer que el jeroglífico no era más que un lenguaje escrito destinado a la conservación de la Tradición Original".
De hecho, los conflictos en los que se sumergieron los sabios al aplicar a los textos el método de Champollion fueron enormes porque además de ser totalmente diferentes las interpretaciones entre unos y otros, generalmente los resultados son incomprensibles. Los griegos llamaron a los jeroglíficos "lengua sagrada". Podemos entender que es así porque los primeros datan de Menes, y cuando los volvemos a encontrar 4.000 años más tarde sobre la piedra de Rosetta, los signos son absolutamente idénticos. En 4.000 años no se ha cambiado ninguno. Sin embargo, había dos lenguas habladas, el demótico y el hierático, que en 500 ó 600 años sufrieron cambios enormes, hasta el extremo de que al cabo de 1000 años ya no se comprendían.
Existen cinco diccionarios principales sobre jeroglíficos: suizo, belga, dos franceses y uno inglés, y en todos ellos no hay dos palabras que sean comparables: nadie traduce sino que cada uno interpreta a su manera las imágenes que ve. Los jeroglíficos son iconografías diversas: pájaros, animales, hombres, mujeres, pero que constituyen una lengua comprensible, real, original, tradicional.
 Y si este planteamiento entra en colisión con lo tradicional... ¡Qué se le va a hacer! ¿Qué se le va a hacer? Pues sí se puede hacer: volver a la humildad de la ciencia carente de dogmatismos. Abrirse a la verdadera ciencia, que en sí misma estará siempre abierta a todas las posibilidades. Acaso sea el momento en este tiempo cambiante de conocer el legado, el mensaje, las instrucciones de nuestros antepasados.

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